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La historia de Eduardo (18) es algo similar. Los juegos en red le gustaron luego de acompañar a un amigo a jugar y desde entonces se empezó a sentir a gusto en ese “otro mundo”. Aunque hay un trascendental ingrediente más: “Comencé, porque me sentía un poco solo y ahí encontré como otro mundo. Me pareció divertido y comencé a preguntar, y me gustó”.

 

Por entonces, a los 13 años, él había dejado de vivir con sus padres y fue recibido en la casa de sus tíos. Se alejó también de sus dos hermanos. Comenzó jugando dos horas y media en promedio; pero tres años más tarde se pasaba hasta 10 horas diarias en las cabinas.

 

“A veces, como estaba en el colegio, les mentía, como que los manipulaba. Les decía tengo que pagar tal (cosa). O a veces me prestaba de amigos. O en el colegio, como yo era bueno en cartas, jugábamos casino y hacíamos apuestas, y ganaba. De ahí salía para financiar mis juegos, para ir a Internet”, señala.

 

Fue hasta el año pasado que continuó con esa rutina, dejando la academia en donde se preparaba para la universidad y luego sus estudios de ensamblaje de computadoras. Pero uno de esos días, tras una larga conversación con su tía, empezó el camino del cambio. Se trata en el mismo nosocomio que Joel desde hace 6 meses, tiempo en el que ya no ha vuelto a jugar.

 

“Sí, he cambiado. Me he dado cuenta que estando limpio puede hacer uno muchas cosas, porque antes yo me limitaba solo al juego, a almorzar y a dormir. Puedo hacer muchas cosas. He estado en natación, en fútbol, leo, juego con mis primos, converso, infinidad de cosas que hago”, dice entusiasta advirtiendo que dejó atrás su introversión y que ha recuperado confianza en sí mismo.

“ME SENTÍA SOLO”

Fuente: El Comercio